Es bastante interesante, para sacar conclusiones propias...


¡Cómo usar Google incorrectamente!

Una camarada de un weblog colega (creo que aún no están preparados para que repita la metáfora de la “radio colega”) se quejó hace unos días, básicamente, de que “Google no te encuentra las cosas” y que “en Google no está todo” (sin ir más lejos, como dije la otra vez, no hay CAPÍTULOS de “Mesa de Noticias” ni de “Boro Boro”, ni video clips de Cecilia Todd, ni historietas de “El Mono relojero” y prácticamente no hay nada de “Pelopincho y Cachirula”; tampoco está esa rana violeta, rellena con mijo, que tenía a los siete años). Vamos a decirlo de una vez: Por más que se bromee con el asunto, Google no es una persona. Es un robot. Y un robot estúpido (a diferencia de Spam, que es un robot malvado). Robotina, de “Los Supersónicos”, era más inteligente que Google. Jaime, del Superagente 86, que se tomaba todo literalmente, era un poeta decimonónico con los puños cargados de metáforas al lado de Google. El robot de “Perdidos en el Espacio”, con sus brazos de manguera y su cantinela de “peligro, Will Robinson” tenía aunque sea una especie de esbozo de intuición, que le posibilitaba desconfiar del infame Dr. Zachary Smith. Google no. Google te vende que te va a ayudar, pero parece un empleado de Mac Donalds que se ha tomado demasiado en serio el instructivo. Es como si pusieran al frente de una biblioteca, no al amargado pero erudito Jorge, ni al torpe pero voluntarioso Arthur Newton, ni a la enigmática Bárbara Fierro, sino al bibliotecario más bobo y cholulo que se pudiera encontrar: un bibliotecario sin demasiada cultura, ni criterio, ni estudios de bibliotecología, ni mucha memoria, que se guía por los ratings; por la cantidad de recomendaciones que ponen otras páginas del Internet. Es como si lo hubieran puesto a Jorge Rial. “Hola, necesito algún libro sobre Leonardo da Vinci”. “¡Ah!”, dice el bibliotecario Rial, mostrándonos “El Código da Vinci”, “llevate éste, lo lleva todo el mundo”. “Pero, ¿es bueno? ¿Puede ayudarme a conocer a fondo la vida y la obra de este legendario artista e inventor renacentista?” Rial sonríe, con los ojos vacíos de vida, y vuelve a ponerte el libro en las narices. “Este lo lleva todo el mundo”, repite mecánicamente. Tiene un ayudante, W. Ikipedia (Walter Ikipedia, un muchacho de origen vasco), que trabaja silenciosamente, ocupándose de la fotocopiadora. Mirada cetrina, palabras escuetas, pareciera bastante apocado, y sin embargo utiliza a Rial/Google para su propio provecho; de algún modo, ha establecido que él es la autoridad ante todo el saber humano (“es que hice el Bachillerato”, se pavonea), y Google, siguiendo su burda técnica de recomendación, lo pone al frente de cualquier tema, sea la vida de Ringo Starr o la fusión en frío; y admira a Walter Ikipedia en silencio. “Qué bocho que es”, piensa. Los usuarios de la biblioteca, como son algo perezosos, deciden no discutir mucho y se llevan la palabra santa de Walter; luego de unos minutos de lectura, todos y cada uno de los usuarios dan por sentados los dichos del siniestro fotocopiador, convirtiéndose en una especie de masa de plastilina mental humana, y, lo que es peor, convencidos de la incomparable independencia de pensamiento que te da el Internet. Walter, en tanto, ríe torvamente, esperando el tiempo en que, a través de la irrefrenable fuerza de la haraganería humana, no haya otra voz autorizada que la suya y pueda lanzar a sus nuevos hombres-robot a conquistar el planeta.

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